3, 2, 1...
La
cuenta atrás se agota, cada vez me acerco más al cero – un cero que no equivale
a la “nada” sino todo lo contrario, es un eje desde el que empezar a contar de nuevo- y estos días me preparo para el
despegue final. Lo tengo casi todo, solo faltan algunos flecos, pero qué
importantes son y cuántos. Siete y media de la mañana en el metro de Madrid. El panorama es desolador, pero tengo tantas
cosas en que pensar que el entorno no me afecta y me encierro en mi mundo (el
cerrojo que ahora me aísla se llama Shostakovich, amuleto al que recurro siempre
que necesito energía constante y concentración, tirar de los carros más
pesados). Sé que la música y la teína serán hoy mis aliadas indispensables para
llevar a cabo todo lo que necesito hacer, puesto que apenas he dormido esta
noche. Me apetece empezar esta entrada ahora en el trayecto al trabajo, aunque
tendré que terminarla a la hora de la comida en la oficina.
Llevo
tiempo sin escribir en el blog pero la preparación ha sido constante: he
continuado entrenando, y lo he hecho a conciencia, me he informado de detalles
del viaje y gracias a todo ello mis planes han variado sustancialmente. Suerte que
he llevado a cabo este proceso previo, ahora sé a ciencia cierta que de lo contrario
habría sido un desastre. Podría
prepararme eternamente, y todavía hoy leo o me cuentan cosas que son de gran
utilidad, pero de lo que realmente tengo ganas es de vivirlo de una vez por
todas. Y también de compartirlo. Durante el recorrido sí tengo intención de ir
subiendo más información: entradas más escuetas pero frecuentes, con fotos y
aquello que me apetezca contaros. Sin embargo, siento la necesidad de escribir
una última entrada más extensa y reflexiva antes de partir.
Terminar
con los preparativos del viaje me está metiendo en el acelerón habitual en que
me sumerjo siempre ante estas situaciones, aunque multiplicado. Si no recuerdo
mal, el último viaje que me llevó tanta preparación y significó tanto para mí fue
Edimburgo segunda parte (algo de lo que acabo de ser consciente ahora mismo),
no sé si esto vaticina algo pero sí que corresponde a una búsqueda de cambio
muy parecida la que necesitaba entonces. A veces los puntos de inflexión se
sienten, se buscan.
A las
cuatro me ha abandonado Morfeo y no he
tardado demasiado en renunciar a seguir durmiendo, ya me conozco. Ni corta ni
perezosa me he puesto a reorganizar la maleta, planificar qué falta hacer,
repaso de cada detalle, etc… Después de hora y pico haciendo cosas he logrado
dormir media horita y ya ha tocado levantarse. Los días de antes de las
vacaciones son siempre estresantes en la oficina, porque no cuentas con el “ya
lo terminaré mañana”, sino que hay que dejarlo todo lo mejor atado posible y
sabes que cuando salte algún problema no estarás ahí para justificar tus
decisiones, así que siempre tengo una
tensión añadida para dejarlo todo lo mejor posible. Además, estos días la vida
social aumenta porque me apetece despedirme de gente, puesto que entre las
vacaciones de unos y otros dejaré de ver durante mucho tiempo a algunos que
forman parte de mi vida cotidiana. Total, que los días son más largos no solo
porque gocemos de más horas de sol, sino porque también me encargo de
llenarlos.
El
jueves me voy a primera hora: tomo un tren desde Chamartín a las siete y media
de la mañana y a las diez ya debería estar andando los primeros km como
peregrina, ya de modo oficial. Está ahí, ya casi lo alcanzo con la yema de los
dedos. Estoy nerviosa, como un flan. No opr miedo, sino por ansiedad porque
llegue ya el momento. Bueno, y también con ciertos miedos, para qué negarlo.
¿Me perderé en alguna ocasión? Buf, seguro que sí, con mi antisentido de la
orientación… ¿Me tocará dormir al raso alguna noche porque no haya sitio en los
hostales? Pues bien podría ser… ¿Me saldrán las tan temidas llagas en los pies?
¿Conoceré gente maja? ¿Tendré momentos de agotamiento o de sed o me faltará
algo? La respuesta es sí a todo, solo espero que la impaciencia me lleva a
intentar adelantarme a lo imposible. Todo llegará.
Siento
la inquietud de compartir ciertas cosas de estos meses de preparación que me
resultan inefables, no sé cómo podría llegar a expresarlas. La más importante
es lo que, para mis adentros, llamo el proceso de «austerización». Paulatinamente he ido disfrutando
más y más de los momentos de caminar, del reto físico, pero también del reto
mental. Al principio usaba siempre música y mi cabeza iba a mil. Poco a poco me
he ido serenando y he estado más abierta a lo que observaba fuera que a mis
propios pensamientos, como si se tratara de un proceso de meditación. Cuando
entrenaba, iba aumentando gradualmente el peso de la mochila, y he sido muy
consciente de cuánto limita el peso: cada vez más lenta, más fatigada, y he ido
eliminando muchos elementos del equipaje, incluso he llegado a pesar objetos
para sustituirlos por otros más ligeros. Me he quitado casi 800 gramos, y he
renunciado a muchísimas cosas que al principio me parecían fundamentales.
Me
resultó muy curioso y extrañamente gratificante cuando me encontré por la calle
a una persona que conozco de determinado ambiente y no me reconoció. Iba con mi
ropa de deporte, mi mochila, la gorra, la riñonera… diametralmente opuesta a mi
facha habitual. Tardó mucho en darse cuenta de quién era yo, pese a que le
saludaba y me acercaba. Mucha gente, la que me conoce poco, se sorprende mucho
cuando le cuento mi proyecto, y aún más cuando averiguan que lo hago sola. Es
un cambio externo importante, pero hay otros, que no se ven, que también han
tenido lugar.
Estos
dos meses me han servido para conocer mucho Madrid y para conocerme a mí misma.
Tanto paseo me ha descubierto muchos rincones de la ciudad y me ha dado ocasión
de reflexionar. He tomado decisiones que
eran necesarias, he tomado conciencia de cosas que veía, pero que no había
tenido tiempo de madurar, o de aceptar. Muchas veces cuando camino me vienen
las ideas como asentadas: quizá llevo semanas recibiendo información, teniendo
intuiciones que aparto, pero ese momento de serenidad es el que consolida el
nuevo pensamiento que aparece fulminante, o el que me da la fuerza abrir los ojos
y mirar mejor.
También
he tenido que renunciar a cosas, ya que las horas del día son limitadas y mi
energía también, aunque a veces me olvide de ello y actúe como si pudiera con
todo. He disminuido las horas dedicadas al baile y a cierta vida social, no
porque ahora baile poco o no me relacione, sino porque en el último año esta
parte de mi vida ha sido especialmente intensa y me admito que me tocaba parar
un poco, al menos para tomar aire. Qué fue antes, el huevo o la gallina; mi
necesidad de tomarme las cosas con más surge porque se fraguaban cambios o al
contrario, porque me he serenado el resultado ha sido esta nueva perspectiva y
he sido capaz de afrontarlos. No solo es
un tiempo de serenidad, también de entradas y salidas: algunas personas han salido
de mi vida, se han puesto puntos sobre las íes, ha habido decepciones mutuas y
optado por salidas divergentes (en más de un caso ha sido una gran liberación);
además, ha llegado gente nueva o personas que ya estaban han resultado mucho
más cercanas. El balance es más que positivo, pero realmente intenso.
¿No
dicen que el Camino ayuda a la transición espiritual? Una persona muy especial
me dio un consejo precioso: coge una piedra en Madrid o en Barcelona y proyecta
en ella todo aquello de lo que te quieras desprender y déjala en la Cruz de
Ferro en el Bierzo. Por supuesto lo haré.
De los
muchos consejos que he recibido, está el de un amigo que ya ha hecho el Camino que
me dijo que en estos últimos días lo más importante era ir bien descansada para
afrontar la peregrinación con fuerzas suficientes, ir sin sueño, decía, es
preferible que aprovechar para entrenar. Le estoy haciendo caso (bueno, lo que
mi cabecita le deja, porque luego se despierta a las cuatro de la mañana…) y me
estoy tomando las cosas con calma. Entre hoy y mañana procuraré no cometer
sobresfuerzos y centrarme en dejarlo todo listo.
La próxima
vez que escriba algo será ya desde una orilla completamente distinta: la cuenta
no será la de los días para irme sino los km recorridos, o los pendientes por
llegar.
¡Buen
Camino!
Tú vives en tus actos
Este
poema de Salinas me gusta porque habla de la libertad, incluso de la elección
para equivocarse o sucumbir a aquellos que nos nace. Podemos elegir y errar, podemos disfrutar de ello, lo cual es maravilloso e inevitable. Cada línea destila fuerza y
clarividencia, así como una pulsión vital que me contagia de sensaciones muy
diversas.
Espero que os guste
Tú vives siempre en tus
actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, solo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.
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