Peregrinar bajo la lluvia

Primeros achaques


Me cuesta, las jornadas me resultan mucho más duras que en otros Caminos. Elemental, querido Watson: si he venido ya agotada físicamente y sin entrenar, es normal que me canse y me salgan ampollas. 

Llevo un par de días aguantando con mucho esfuerzo el ritmo de Álex y Tereza. Ellos empiezan tarde y prolongan mucho la jornada con largas pausas, sus etapas son de 30 km o más. Yo, en cambio, prefiero madrugar mucho y salir casi al alba, apretar el paso y hacer pequeñas pardas de 5 minutos cada hora, con el objetivo de recorrer 20 o 25 km antes de la hora de comer, momento en que me detengo.


Este tipo de jornada en la que las tardes no son para descansar hacen que me levante cansada y sin haberme recompuesto del día anterior. Entre el cansancio acumulado de mi vida en Barcelona y el Camino, me están saliendo las primeras llagas. Nunca antes las había tenido, solo había sufrido sobrecarga muscular, así que escucho lo que me dice mi cuerpo: tengo que frenar.

Cada día les digo a mis compañeros de viaje: "comienzo a caminar con vosotros pero me detendré antes". Sin embargo, por la tarde me siento animada y llena de fuerzas, así que prosigo un poco más. Sé que tendremos que separarnos, llevamos objetivos y ritmos muy distintos, pero por el momento disfruto mucho de su compañía. Vamos conociendo otra gente y surgen conversaciones de todo tipo.

Caminar con lluvia


Estos días el cielo estaba gris ceniza pero no llegaba a llover, y se agradecía la ausencia de un sol castigador. Sin embargo, hoy ha roto a llover de forma muy fastidiosa. Ojalá hubiera llovido fuerte un rato breve, pero se ha limitado a soltar una llovizna irritante todo el día. Caminar con este calabobos es desesperante: si te pones el chubasquero se crea un efecto invernadero sobre tu cuerpo que te cuece entero y te abraza de calor y el plástico sobre las orejas crea un desagradable ruido distorsionador que no permite ir hablando ni disfrutar de los sonidos de la naturaleza. Finalmente elijo mojarme la cabeza y cubrir solamente la mochila.

El suelo está embarrado y resbaladizo, por lo que hay que tener cuidado, especialmente teniendo los pies delicados y doloridos, ya que la pisada es menos firme. Los grupos grandes y la lluvia crean grandes tapones y a veces cuesta pasar bien por los lugares estrechos. Parecemos un romería de condones gigantes.

Sin duda, está siendo el camino más complicado, tanto por mi baja forma física como por la saturación de peregrinos, que limita la improvisación, pero los momentos mágicos no faltan. Al final, lo que importa es aprender y avanzar en cualquier circunstancia. 




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La casa del Alquimista, un alto en el Camino

Cambio de rumbo


Había terminado mi primera etapa hasta Triacastela, solo había recorrido 20 km pero no era necesario forzar la máquina el primer día. Tenía ya un albergue privado y me había duchado, deshecho la mochila y descansado. Parecía que solo tenía que dejar pasar la tarde, tomar unas cañas con los compañeros de camino y descansar para el día siguiente. Pues no.

Mi amigo Álex, casualmente, estaba haciendo el camino también y creíamos que en algún momento coincidiríamos, ya que él había comenzado en un punto más lejano. Finalmente llegó a Triacastela el mismo día que yo a las 16h y nos tomamos algo, entonces me dijo que su intención era continuar unos pocos km más. Pensé "what the fuck, si llevas ya un montón recorrido solo hoy" y me dijo que le habían hablado de un lugar muy especial que se llamaba Casa del Alquimista a "solo" 8 km de ahí. Lo miro con cara de perdonarle la vida y le digo "llevo AÑOS queriendo ir a esa casa y no he ido por esperarte". Abro mi guía y le muestro la marca del mapa donde pone a mano "Antonio el Alquimista". Me mira, de ríe y me dice: "¡Entonces vamos!".

Claro, lo sensato habría sido decir que no, pues ya estaba cansada y cambiada... ¿Pero quién piensa en lo sensato? Nos pusimos los tres en marcha, y es que había conocido a una chica Checa con la que tuve muy buen presentimiento, Tereza.

Casa de Antonio el Alquimista


Llegamos relativamente tarde, casi las siete de la tarde y se nos recibió con los brazos abiertos. Antonio es un espíritu libre que ofrece su casa particular a cualquier peregrino o persona que desee visitarlo. Acepta la voluntad para cubrir los gastos pero no es un albergue ni nada parecido. En su casa solo hay una regla: el respeto. Dejando eso, toda regla social es cuestionable y disfruta habiendo construido un espacio ajeno a muchas de las convenciones sociales. Además, se dedica a crear cuadros maravillosos hechos de arena de mineral molido, tiene un jardín y una huerta maravillosos y su cocina es de las antiguas, con cocina de leña.


Estuvimos un rato relajados en el jardín y luego preparamos una crema de verduras extraídas de su huerta, ayudamos a preparar la cena y hacer las camas. Delicioso, cenamos junto a otra gente que también estaba de paso y la charla fue poco convencional y amena. Jugamos a un juego que determinó quién fregaba los platos.

Al día siguiente, Antonio me tiro las cartas y me dijo que debía estar atenta a todos los cambios que me sobrevienen para poder aprender la lección que me tienen preparada, relajar la mente y abrir las emociones, y que grandes cambios estaban por venir. No creo mucho en las cartas pero no me parece mal consejo, así que lo tendré presente.

Antonio tiene un espacio maravilloso dedicado a la meditación y Tereza y yo practicamos yoga antes de salir.

La magia de Galicia


Mi jornada se alarga, no tengo tanta energía como el dia anterior, pero me siento tan a gusto con Álex y con Tereza que fuerzo un poquito la máquina. Estas etapas son a través de aldeas y bosques mágicos, con praderas increíbles contrastando con el hedor de estiércol. Cruzamos bosques de eucalipto y nos contamos cuentos de hadas que imaginamos que suceden en esos parajes. Hay tiempo para pensar, para hablar, para reír... Ojalá el tiempo se detuviera en estas jornadas.

Los campos son muy verdes y el cielo gris, siempre sentimos la amenaza de la lluvia pero por el momento se queda en un cielo cascarrabias que no termina de cumplir sus promesas. Las cuestas y bajadas son frecuentes, cosas que desgasta las rodillas, pero mantiene al viajero siempre atento: ahora un bosque, luego una pradera, un riachuelo, luego una aldea, siempre ruidos de animales como perros, gallos, pájaros, vacas... Tan rural que parece de otro tiempo. Galicia es atemporal, ese es su encanto y su condena.

Seguimos teniendo problemas para encontrar albergue, tenemos que llamar y reservar porque todo está completo. Los grupos numerosos son cada vez más comunes y en ocasiones generan tráfico. Son lo más prosaico que tiene la ruta, pero hay que lidiar con ello.

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Salida desde O Cebreiro

Preparativos


Comienzo mi tercera edición del camino, lo retomo en O Cebreiro, no sin algunas reservas. Tengo miedo de que esté demasiado masficado y cueste encontrar albergues, y que, por tanto, los grupos grandes asfixien la magia que tienen otras etapas. Pese a todo, tengo muchas ganas de echarme a andar y volver sentir el Camino: el reto físico, conocer a gente distinta, conversaciones inesperadas, imporovisación, vivir austeramente y tener tiempo para pensar.

Mi última semana en Barcelona ha sido una locura. Eran mis últimos días en la empresa y debía dejar todo atado antes de terminar con esta etapa laboral, compaginarlo con ir temprano al nuevo trabajo para recibir la formación mínima, lo que prácticamente implica tener dos trabajos, y al terminar todavía había que preparar todo lo del viaje, cenas y despedidas; ha sido más de lo que mi cuerpo y mi mente están acostumbrados. Finalmente llegó el viernes y me despedí de todos, tomé el AVE a Madrid y cené con unas amigas. Al día siguiente, llegué a o Cebreiro con un blablacar. Todo muy frenético pero finalmente todo ha salido según lo planeado.

Me preocupa que me dejen tirada las botas, y es que he encontrado unos pequeños agujeritos en mis amadas botas de
montaña. ¿Cómo es posible si la última vez estaban perfectas?

Creo que hay una explicación, y es que mis queridos bebés han pasado demasiado tiempo jugando entre mis zapatos. Son adorables pero en el momento de descubrir su fechoría los habría matado. Demasiado tarde para comprar unas nuevas y adaptarme a ellas, todos sabemos que nunca hay que estrenar zapatos en una travesía importante. Me encomendaré a los dioses y esperaré que no se rompan del todo.

Llegada  O Cebreiro


Todos los albergues, públicos y privados, están completos, así que tengo que alquilar una habitación en una pensión. Se confirma el rumor de que no es fácil conseguir alojamiento, pero me lo tomo como una oportunidad de descansar antes de la primera jornada. Casi no he podido ni dormir y, por supuesto, ni siquiera entrenar, así que me vendrá bien reposar.

Mientras ceno, hablo con un señor francés que habla una mezcla extraña de todas las lenguas románicas pero que consigue hacerse entender. Es muy religioso y vive como un vagabundo a merced de la caridad ajena, pero es muy culto e inteligente. Ahora se encuentra haciendo el Camino pero de regreso, así que no coincide con nadie más de una sola noche. A pesar de mis prejuicios iniciales, estoy muy cómoda hablando con él y consigue entender muchas cosas de mi sin apenas conocerme, solo leyendo mi cuerpo y mis parcas palabras. Siempre viene bien recordar que los prejuicios nos limitan y que cualquiera puede aportarnos algo. Bendito camino.

La primera etapa 


Me pongo a caminar con mucha energía, se nota que es mi primera jornada y que ayer descansé bien. Soy consciente de que no podré mantener este ritmo todas las etapas pero me dejó llevar por la euforia. Extrañaba estas partidas al alba en las que el el paisaje va descubriéndose poco a poco.

Galicia me recibe con su niebla característica y agradezco que el calor no nos asfixie. No me cuesta encontrar compañeros de viaje, y prácticamente todo el tiempo estoy con Michael, un alemán que dejó la psiquiatría para escribir libros de autoayuda y viajar. Nos contamos nuestra historia y a ambos se nos saltan las lágrimas.

Llego a Triacastela donde el albergue tiene un larga fila de mochilas esperando, la mayoría de un grupo de estudiantes muy numeroso, así que tengo que ir a un albergue privado. Empiezo a ser consciente de que el alojamiento no es tema de broma en estas etapas.


Me he sentido muy a gusto, el paisaje es uno de los más bonitos del Camino y tengo unas ganas increíbles de seguir la aventura. Todo es verde y abundan las su idas y bajadas, pero por suerte apenas aprieta el sol.









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Camino de Santiago, a la tercera vez va la vencida


El Camino crea adicción

Los que en alguna ocasión hemos hecho el Camino de Santiago nos hemos encontrado con peregrinos veteranos: gente que, recurrentemente, ha vuelto a andar el Camino, entero o por tramos, optando por alguna de sus variantes, por ejemplo el del Norte o el Primitivo; a veces es inmediatamente, en ocasiones median muchos años entre cada una de las aventuras, pero a la larga muchos repiten. Se percibe que mucha gente se encuentra a gusto en las jornadas de caminante que expresan su deseo de regresar, aunque luego las circunstancias de su vida no siempre les brinda la oportunidad de hacerlo. 

Recorrer todos esos kilómetros con la mochila puede ser duro: el cansancio físico, el sol, el peso de la mochila, la falta de comodidad, pero algo tiene de adictivo. Al terminar esta fase, algunos sienten añoranza de caminar, una especie de síndrome post Camino, porque la conexión con uno mismo y el crecimiento personal que se produce son indescriptibles. En el Camino se requiere acción y superación, a la vez que la reflexión y la tranquilidad aparecen como arte de magia. Cada uno encuentra lo que busca, pero no de forma mística, sino porque todo está a tu alcance. Tu vida se reduce a lo esencial, y con las vidas tan complejas que llevamos, este es el mejor premio al que podemos optar. Incluso hay quien desarrolla apego a la mochila, la austeridad y la facilidad de establecer vínculos con otros se echan de menos después del Camino.

Algunos acuden por deporte, otros por espiritualidad, otros van sin saber muy bien cómo será. La mayoría se sorprende alcanzando logros que no se imaginaba, pues se tienen por personas poco constantes o nada deportistas. Al final, todo el mundo puede. Otros, en cambio, más arrogantes y seguros aprenden en el Camino que también tienen límites, pues en ocasiones los más fuertes son los que subestiman la dificultad. Es duro, pero te enfrentas a ti mismo, no a los demás, y cuando te examinas siempre tienes algo que aprender. Quien lo ha experimentado, sabe de lo que hablo.



Despójate de tus anteriores Caminos


Sin embargo, al Camino hay que ir con mente abierta, dejar atrás los prejuicios, incluso los buenos recuerdos de otros Caminos. Tengo amigos que, entusiasmados en su primera experiencia peregrinos, se han sentido decepcionados cuando se han calzado de nuevo las botas y se han puesto a caminar, pues su primer recorrido dejó unas expectativas que les han impedido gozar de lo nuevo. El Camino es como el río de Heráclito, nunca se recorre dos veces. Tú habrás cambiado, los acompañantes que se te cruzarán no serán iguales que antaño, ni siquiera el Camino es el mismo.

Temo que me ocurra lo mismo, especialmente ahora que me dispongo a recorrer la parte más turística del Camino. Hasta ahora siempre he pasado por zonas menos transitadas, aunque a medida que me acercaba a Santiago podía sentirse al afluencia de grupos grandes, estudiantes, poco a poco se va volviendo más menos íntimo. Esta vez empiezo en el punto más lejano que llegué, en O cebreiro, y planeo llegar hasta el Mar, donde termina Occidente.



El tramo final y los Turigrinos

Hay que recorrer al menos 100 km para obtener la Compostela, documento que certifica que el peregrino ha realizado las etapas correctamente. Por la ley del mínimo esfuerzo, un porcentaje altísimo de gente decide hacer únicamente ese último tramo con el objetivo de tener su papelito, razón por la que estas últimas etapas están masificadas, llenas de gente que acude al camino sin el mismo interés y la sencillez que en las demás etapas. De acuerdo que el Camino conlleva alegría y vínculos personales, aporta diversión social, pero también tranquilidad y recogimiento, es un ejercicio de respeto y buena convivencia. Cuando se juntan excursiones escolares ruidosas, grupos de gente convencida de por el alboroto del grupo más que de la sobriedad con más espíritu de romería y fiesta que deporte, se pierde parte del encanto.

Empieza a suceder una competición soterrada y maliciosa entre algunos peregrinos: gente a quien le llevan la mochila en coche y se la dejan en la puerta del albergue, temerarios que prácticamente caminan de noche para llegar antes que nadie al albergue, y todo tipo de picaresca que hace que el peregrino que lleva un ritmo normal lo tenga complicado para disfrutar de los albergues. Toca dormir en polígonos, pagar bastante más o unirse al estilo marrullero.


Mi Camino


Me preocupa el ambiente en esta última etapa, si lo recorro es porque quiero experimentar el Camino en su totalidad, pero lo que realmente me motiva es Finisterre. He desempolvado mi guía y mi carnet, veo que le quedan pocos huecos, seguramente tendré que hacerme con un carnet nuevo.

Sé que estas cosas no se pueden pedir, pero, irónicamente, de este Camino espero más que nunca tranquilidad, soledad y reflexión. No digo que no quiera conocer gente, pero voy más a encontrarme a mí misma que a otras personas. 


Estoy muy agradecida a todos los amigos que ya me habéis preguntado si seguiré escribiendo el blog. Claro que sí, esto nació justo para compartir mi recorrido con ese grupo reducido de personas que siempre está ahí.

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