Escribir correctamente, ¿un valor anticuado?


​Textos poco cuidados

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No es inusual hallar faltas de ortografía en textos publicitarios, catálogos, cartas formales, textos corporativos de empresas o manuales. Al contrario, es triste admitir que cuando un texto es correcto y bien estructurado, llama la atención. En muchos otros casos no hay errores pero el estilo es torpe y las estructuras simples, las ideas mal conducidas, poca coherencia estructural y llenos de inconsistencias en la elección del tono, el registro, etc.; la gran mayoría de textos que leo en mi vida cotidiana está mal puntuada y con una estructura de mil demonios, qué decir de los emails (profesionales y personales), participaciones en blogs o comentarios en foros de internet, artículos y textos divulgativos en la red. Si hablamos de carteles públicos, tampoco encontramos mucho rigor, y si nos fijamos en mensajería instantánea estamos ante el apocalipsis lingüístico. Incluso en textos periodísticos (orales y escritos) encontramos meteduras de pata que ponen los pelos de punta.

Todos nos equivocamos, incluso los que ponemos más atención a la lengua tenemos lapsus o cometemos en errores, tampoco hablo de perseguir y apuntar con saña los fallos ajenos, ni flagelarse ante las propias incorrecciones. Tampoco busco una postura elitista ante la lengua, creedme que no, y perdonad si en algún momento lo parece. Lo que no deja de sorprenderme es el pasotismo general cuando se trata de escribir. Gente culta, mucha de ella con carreras universitarias ( ¡algunas no tan alejadas de las humanidades!), catedráticos de universidad, personas con cargos de responsabilidad en empresas, políticos y periodistas, gente de todo tipo Podría poner muchos ejemplos que he observado recientemente: un gabinete de psicólogos que repartía un cuestionario lleno de faltas de ortografía, apuntes de un catedrático de ciencias de una prestigiosa universidad que facilitaba a sus alumnos material académico que apenas se comprende por lo mal redactado que está, hay muchos escritos de empresas multinacionales prestigiosas plagados de incorrecciones e incongruencias, etc. Peor aún, he visto maestros de primaria escribiendo textos penosos sin poner el menor cuidado en en ellos y en el ejemplo que dan a los niños. Alguna gente así lleva años enseñando a las nuevas generaciones, ¿qué se puede esperar de un contexto como este?

Casi nadie se avergüenza de escribir con faltas de ortografía y muy pocos consultan los diccionarios o las gramáticas ante las dudas. Cuando, de Pascuas a Ramos, alguien me consulta un tema en calidad de filóloga, lloro de emoción. En la mayoría de casos, estas dudas no aparecen  porque, ¿para qué preocuparse por algo que no es importante? ¿Quién se hace guiones previos para sus escritos, se preocupa de que las ideas estén bien conectadas y la puntuación sea correcta? Muy pocos.

Como decía antes, lo que me tiene perpleja no es el hecho de que haya errores, sino que la mayoría de personas no considere importante esmerarse en la expresión. Todo se aprende y se mejora, escribir bien no es algo innato sino un trabajo (tampoco demasiado duro) que se realiza a diario.

Un puñado de frikis trasnochados 



Hoy en día, los que nos preocupamos por la corrección lingüística somos, no ya una minoría, sino unos raros, se nos ha colgado el cartel de frikis. Puntillosos y maniáticos que se preocupan por cosas que no son relevantes; de acuerdo, nadie nos dice a la cara que no son importantes pero con su comportamiento se ve que les importa un pimiento. Lo noto en su actitud, pero sobre todo lo noto en el simple hecho de que la calidad de los escritos es pésima. Sin duda, pretender escribir bien es una manía con la que muchos son condescendientes, otros sencillamente la ignoran, pero en cualquier caso resulta extravagante y anticuada, poco práctica.

Escribir bien, para la mayoría de hablantes, no solo no es importante, sino que además se percibe una pérdida de tiempo. Les diría que, si se acostumbraran a escribir con un poco más de mimo, se expresarían mejor sin tener que realizar un esfuerzo extraordinario. Si uno sale a correr todos los días una hora, no e ahoga cuando tiene que apurar para subirse al autobús. Si se mantiene una casa ordenada, no es necesario que pegarse una paliza el sábado para que esté decente cuando lleguen las visitas.

No a todo el mundo le interesa lo mismo ni tiene las mismas escalas de valores, y por supuesto no espero que el mundo entero se desviva por las cuestiones lingüísticas de la forma en que a mí me apasionan, como a mí no me interesan muchos otros temas; solo desearía que se cumplieran unos mínimos que faciliten la comunicación y una inclinación a cuidar más la comunicación. Al final se trata de eso, de ponérselo fácil al lector, de ser más eficientes en nuestro propósito comunicativo. No olvidemos que, al margen de lo que nos interese u ocupe, todo debe hacerse a mediante la lengua, herramienta que construye nuestra realidad y nos permite desarrollar cualquier otra faceta del conocimiento.


Aceptar que el mundo cambia


No estoy diciendo que la gente no se preocupe por sus discursos, solo señalo que la corrección normativa no está precisamente en auge. En cambio, sí procuran introducir tecnicismos y neologismos (startup, stalker, running, feedback, nerd, geeks) y palabras rimbombantes, o términos que se ponen de moda (selfie, resiliencia, ahora suenan mucho). Emplear estas palabras sí aporta prestigio, de la misma manera que resulta interesante estar familiarizados con nuevos conceptos en redes sociales y estar informados de las últimas expresiones o juegos de palabras que están de moda. Interesa mucho más saber pronunciar correctamente palabras inglesas o apellidos extranjeros que escribir nuestro propio idioma con precisión. Es una cuestión de prestigio social que se ha implantado de forma tácita, casi inconsciente, ya que nadie afirma abiertamente estas cuestiones.

Intento analizar la cuestión sin acritud, aceptar que mis valores no están en consonancia con los que imperan en estos tiempos y tratar de no juzgarlos. Me cuesta, se me retuercen las vísceras y me sangran los ojos cuando veo ciertas agramaticalidades; aunque suene exagerado, sufro en ante algunas muestras de el pasotismo, pero también lo comprendo. El cambio de actitud respecto al lenguaje no es un hecho aislado, en los últimos años se han producido una serie de cambios en diversos ámbitos que demuestran que estamos ante una auténtica revolución: la globalización que las nuevas tecnologías traen bajo el brazo, han transformado nuestra manera de hablar, de viajar, de relacionarnos y  de percibir la realidad. Algunos cambios se han producido tan rápido pero de forma tan profunda que han arraigado en nosotros sin que podamos asimilarlos y tomar conciencia de ellos. Realmente, no es necesario comprender, la realidad se impone y punto, el mundo evoluciona y adapta sus valores culturales, proceso del que la comunicación y la escritura no quedan exentos.

En este proceso de aceptación,  intento analizar por qué ocurre este fenómeno. En mi opinión, estos son los factores más determinantes:

Democratización de la escritura. En el primer mundo, todo ciudadano tiene acceso a la escolarización. Antiguamente, leer y escribir era un privilegio vedado a la mayoría, pero ahora la alfabetización ya no es distintivo de clase. Me ha dado la sensación de que en países donde todavía hay desigualdades más acusadas en este aspecto, la gente con dinero se esmera más en dejar patente su nivel cultural. Hoy en día, en cambio, lo que sí nos distingue es el acceso y el conocimiento de la tecnología, la información y una serie de vertientes cosmopolitas, y en eso sí hay orgullo a la hora de exhibir los recursos y el bagaje de cada uno.

Prima la inmediatez sobre la calidad. Vivimos en un mundo en el que la velocidad y la simultaneidad son clave, se impone lo breve e inmediato sobre las ideas desarrolladas y meditadas, ni siquiera el rigor es tan importante como el vértigo que causa la retransmisión en directo de cualquier cosa. No solo en los medios de comunicación, también en nuestra vida privada retransmitida de forma frenética en las redes sociales. Es un ritmo histérico en el que  las noticias son titulares, la vida se mueve en la redes sociales que están en continua ebullición, la gente cita frases en lugar de leer libros. Todo rápido, caduco, en permanente transformación, lo importante es seguir la vertiginosa dinámica de nuestra sociedad, no detenerse en encontrar calidad. Evidentemente, el discurso se ve degradado en pos de la velocidad, y vemos que el rigor y veracidad quedan relegados por el impacto y la supuesta espontaneidad, el resultado es un lenguaje escueto y poco riguroso, lleno de ambigüedades y en muchas ocasiones poco efectivo.

Los modelos lingüísticos. Se consume menos literatura y manuales especializados, pero se lee más que nunca gracias a todo lo que tenemos a nuestro alcance en internet. La gente obtiene información a través de redes sociales, blogs, foros, etc. Sus modelos textuales están empobrecidos y por ello su capacidad de escritura es mucho menos rica. Ganamos en otras cuestiones, no pretendo juzgarlo, pero en riqueza comunicativa salimos perdiendo.

Mal enfoque de la lengua en los planes de estudios. Sinceramente creo que el sistema de escolarización y algunos profesores (¡afortunadamente no todos!) contribuyen a que la lengua se perciba como algo tedioso, lleno de normas y sin un sentido práctico. No comparto los enfoques prescriptivos tanto en lingüística como en docencia, y estoy segura de que si se enseñara de forma más dinámica y ajustada a los intereses reales del alumnado se conseguiría educar a ciudadanos con una competencia lingüística mucho más rica.


Apología del texto cuidado


De acuerdo,  me resigno a que hoy en día la corrección lingüística no sea algo prestigioso en nuestra sociedad. Aun así,  quiero argumentar por qué considero que sí vale la pena esmerarse un poco:

Facilitar la comunicación. El motivo por el que la Academia de la lengua quiso unificar la ortografía y la puntuación era mejorar la comunicación entre los hablantes, simplificar una tarea intrínsecamente complicada, relegar al hablante de la responsabilidad de pensar y disipar dudas. Un texto bien escrito se comprende mejor, es más efectivo en su propósito y permite ahorrar tiempo. Esta es la verdadera razón por la que una norma lingüística tiene sentido.

Respeto por quien nos lee. Esto puede resultar polémico, pero lo sostengo.  Igual que existe una cortesía social que nos enseña que hay que saludar, pedir las cosas por favor, usar el tono de voz adecuado, ir aseados, mantener unos modales en la mesa, etc., también escribir bien es una muestra de consideración hacia quien nos lee. No se nos ocurre ir a una reunión social o al trabajo con una camiseta llena de lamparones, ¿verdad? Para mí una falta de ortografía es como una mancha en la camisa: si accidentalmente ocurre no pasa nada pero mientras esté en mi mano lo evitaré. Es una convención social con un alto grado de arbitrariedad, pero, ¿acaso no lo son casi todos los patrones culturales que seguimos? No son absolutos y podemos vivir sin ellos pero en cierta medida facilitan y regulan la convivencia.

Demostrar conocimiento y rigor. Ya que tenemos la suerte de acceder a una educación,
demostremos, al menos en situaciones formales y convencionales, que conocemos la norma. Igual que nos atenemos a los protocolos sociales, y que en contextos como trabajo o entornos sociales de poca confianza la mayoría de nosotros nos esforzamos por presentarnos como personas razonables, en quien se puede confiar, que conocemos mínimamente el funcionamiento del mundo y poseemos una cultura general, ¿por qué no demostrar también que sabemos escribir? ¿No le daría vergüenza a muchos equivocarse en una operación matemática básica como dos por ocho o errar diciendo cuál es la capital de Portugal?


Escribir bien, una actitud más que una meta



Insisto en no darle un rasgo elitista al hecho de escribir bien, porque la perfección no existe, solamente es un ideal al que aspiramos. Se trata más de la intención que del resultado, una predisposición de buenas intenciones que está al alcance de cualquiera. Comprendo también que las circunstancias actuales y los valores que imperan lleven a relegar la corrección lingüística a un segundo o tercer plano, pero no puedo evitar que me pese. Me confieso una anticuada, pero le tengo cariño a mi manía y por eso he escrito este artículo a modo de reflexión y terapia.
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1 comment:

  1. De acuerdo, por supuesto, además, yo vivo de ese prurito de corrección.

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