Peregrinar bajo la lluvia

Primeros achaques


Me cuesta, las jornadas me resultan mucho más duras que en otros Caminos. Elemental, querido Watson: si he venido ya agotada físicamente y sin entrenar, es normal que me canse y me salgan ampollas. 

Llevo un par de días aguantando con mucho esfuerzo el ritmo de Álex y Tereza. Ellos empiezan tarde y prolongan mucho la jornada con largas pausas, sus etapas son de 30 km o más. Yo, en cambio, prefiero madrugar mucho y salir casi al alba, apretar el paso y hacer pequeñas pardas de 5 minutos cada hora, con el objetivo de recorrer 20 o 25 km antes de la hora de comer, momento en que me detengo.


Este tipo de jornada en la que las tardes no son para descansar hacen que me levante cansada y sin haberme recompuesto del día anterior. Entre el cansancio acumulado de mi vida en Barcelona y el Camino, me están saliendo las primeras llagas. Nunca antes las había tenido, solo había sufrido sobrecarga muscular, así que escucho lo que me dice mi cuerpo: tengo que frenar.

Cada día les digo a mis compañeros de viaje: "comienzo a caminar con vosotros pero me detendré antes". Sin embargo, por la tarde me siento animada y llena de fuerzas, así que prosigo un poco más. Sé que tendremos que separarnos, llevamos objetivos y ritmos muy distintos, pero por el momento disfruto mucho de su compañía. Vamos conociendo otra gente y surgen conversaciones de todo tipo.

Caminar con lluvia


Estos días el cielo estaba gris ceniza pero no llegaba a llover, y se agradecía la ausencia de un sol castigador. Sin embargo, hoy ha roto a llover de forma muy fastidiosa. Ojalá hubiera llovido fuerte un rato breve, pero se ha limitado a soltar una llovizna irritante todo el día. Caminar con este calabobos es desesperante: si te pones el chubasquero se crea un efecto invernadero sobre tu cuerpo que te cuece entero y te abraza de calor y el plástico sobre las orejas crea un desagradable ruido distorsionador que no permite ir hablando ni disfrutar de los sonidos de la naturaleza. Finalmente elijo mojarme la cabeza y cubrir solamente la mochila.

El suelo está embarrado y resbaladizo, por lo que hay que tener cuidado, especialmente teniendo los pies delicados y doloridos, ya que la pisada es menos firme. Los grupos grandes y la lluvia crean grandes tapones y a veces cuesta pasar bien por los lugares estrechos. Parecemos un romería de condones gigantes.

Sin duda, está siendo el camino más complicado, tanto por mi baja forma física como por la saturación de peregrinos, que limita la improvisación, pero los momentos mágicos no faltan. Al final, lo que importa es aprender y avanzar en cualquier circunstancia. 




La casa del Alquimista, un alto en el Camino

Cambio de rumbo


Había terminado mi primera etapa hasta Triacastela, solo había recorrido 20 km pero no era necesario forzar la máquina el primer día. Tenía ya un albergue privado y me había duchado, deshecho la mochila y descansado. Parecía que solo tenía que dejar pasar la tarde, tomar unas cañas con los compañeros de camino y descansar para el día siguiente. Pues no.

Mi amigo Álex, casualmente, estaba haciendo el camino también y creíamos que en algún momento coincidiríamos, ya que él había comenzado en un punto más lejano. Finalmente llegó a Triacastela el mismo día que yo a las 16h y nos tomamos algo, entonces me dijo que su intención era continuar unos pocos km más. Pensé "what the fuck, si llevas ya un montón recorrido solo hoy" y me dijo que le habían hablado de un lugar muy especial que se llamaba Casa del Alquimista a "solo" 8 km de ahí. Lo miro con cara de perdonarle la vida y le digo "llevo AÑOS queriendo ir a esa casa y no he ido por esperarte". Abro mi guía y le muestro la marca del mapa donde pone a mano "Antonio el Alquimista". Me mira, de ríe y me dice: "¡Entonces vamos!".

Claro, lo sensato habría sido decir que no, pues ya estaba cansada y cambiada... ¿Pero quién piensa en lo sensato? Nos pusimos los tres en marcha, y es que había conocido a una chica Checa con la que tuve muy buen presentimiento, Tereza.

Casa de Antonio el Alquimista


Llegamos relativamente tarde, casi las siete de la tarde y se nos recibió con los brazos abiertos. Antonio es un espíritu libre que ofrece su casa particular a cualquier peregrino o persona que desee visitarlo. Acepta la voluntad para cubrir los gastos pero no es un albergue ni nada parecido. En su casa solo hay una regla: el respeto. Dejando eso, toda regla social es cuestionable y disfruta habiendo construido un espacio ajeno a muchas de las convenciones sociales. Además, se dedica a crear cuadros maravillosos hechos de arena de mineral molido, tiene un jardín y una huerta maravillosos y su cocina es de las antiguas, con cocina de leña.


Estuvimos un rato relajados en el jardín y luego preparamos una crema de verduras extraídas de su huerta, ayudamos a preparar la cena y hacer las camas. Delicioso, cenamos junto a otra gente que también estaba de paso y la charla fue poco convencional y amena. Jugamos a un juego que determinó quién fregaba los platos.

Al día siguiente, Antonio me tiro las cartas y me dijo que debía estar atenta a todos los cambios que me sobrevienen para poder aprender la lección que me tienen preparada, relajar la mente y abrir las emociones, y que grandes cambios estaban por venir. No creo mucho en las cartas pero no me parece mal consejo, así que lo tendré presente.

Antonio tiene un espacio maravilloso dedicado a la meditación y Tereza y yo practicamos yoga antes de salir.

La magia de Galicia


Mi jornada se alarga, no tengo tanta energía como el dia anterior, pero me siento tan a gusto con Álex y con Tereza que fuerzo un poquito la máquina. Estas etapas son a través de aldeas y bosques mágicos, con praderas increíbles contrastando con el hedor de estiércol. Cruzamos bosques de eucalipto y nos contamos cuentos de hadas que imaginamos que suceden en esos parajes. Hay tiempo para pensar, para hablar, para reír... Ojalá el tiempo se detuviera en estas jornadas.

Los campos son muy verdes y el cielo gris, siempre sentimos la amenaza de la lluvia pero por el momento se queda en un cielo cascarrabias que no termina de cumplir sus promesas. Las cuestas y bajadas son frecuentes, cosas que desgasta las rodillas, pero mantiene al viajero siempre atento: ahora un bosque, luego una pradera, un riachuelo, luego una aldea, siempre ruidos de animales como perros, gallos, pájaros, vacas... Tan rural que parece de otro tiempo. Galicia es atemporal, ese es su encanto y su condena.

Seguimos teniendo problemas para encontrar albergue, tenemos que llamar y reservar porque todo está completo. Los grupos numerosos son cada vez más comunes y en ocasiones generan tráfico. Son lo más prosaico que tiene la ruta, pero hay que lidiar con ello.

Salida desde O Cebreiro

Preparativos


Comienzo mi tercera edición del camino, lo retomo en O Cebreiro, no sin algunas reservas. Tengo miedo de que esté demasiado masficado y cueste encontrar albergues, y que, por tanto, los grupos grandes asfixien la magia que tienen otras etapas. Pese a todo, tengo muchas ganas de echarme a andar y volver sentir el Camino: el reto físico, conocer a gente distinta, conversaciones inesperadas, imporovisación, vivir austeramente y tener tiempo para pensar.

Mi última semana en Barcelona ha sido una locura. Eran mis últimos días en la empresa y debía dejar todo atado antes de terminar con esta etapa laboral, compaginarlo con ir temprano al nuevo trabajo para recibir la formación mínima, lo que prácticamente implica tener dos trabajos, y al terminar todavía había que preparar todo lo del viaje, cenas y despedidas; ha sido más de lo que mi cuerpo y mi mente están acostumbrados. Finalmente llegó el viernes y me despedí de todos, tomé el AVE a Madrid y cené con unas amigas. Al día siguiente, llegué a o Cebreiro con un blablacar. Todo muy frenético pero finalmente todo ha salido según lo planeado.

Me preocupa que me dejen tirada las botas, y es que he encontrado unos pequeños agujeritos en mis amadas botas de
montaña. ¿Cómo es posible si la última vez estaban perfectas?

Creo que hay una explicación, y es que mis queridos bebés han pasado demasiado tiempo jugando entre mis zapatos. Son adorables pero en el momento de descubrir su fechoría los habría matado. Demasiado tarde para comprar unas nuevas y adaptarme a ellas, todos sabemos que nunca hay que estrenar zapatos en una travesía importante. Me encomendaré a los dioses y esperaré que no se rompan del todo.

Llegada  O Cebreiro


Todos los albergues, públicos y privados, están completos, así que tengo que alquilar una habitación en una pensión. Se confirma el rumor de que no es fácil conseguir alojamiento, pero me lo tomo como una oportunidad de descansar antes de la primera jornada. Casi no he podido ni dormir y, por supuesto, ni siquiera entrenar, así que me vendrá bien reposar.

Mientras ceno, hablo con un señor francés que habla una mezcla extraña de todas las lenguas románicas pero que consigue hacerse entender. Es muy religioso y vive como un vagabundo a merced de la caridad ajena, pero es muy culto e inteligente. Ahora se encuentra haciendo el Camino pero de regreso, así que no coincide con nadie más de una sola noche. A pesar de mis prejuicios iniciales, estoy muy cómoda hablando con él y consigue entender muchas cosas de mi sin apenas conocerme, solo leyendo mi cuerpo y mis parcas palabras. Siempre viene bien recordar que los prejuicios nos limitan y que cualquiera puede aportarnos algo. Bendito camino.

La primera etapa 


Me pongo a caminar con mucha energía, se nota que es mi primera jornada y que ayer descansé bien. Soy consciente de que no podré mantener este ritmo todas las etapas pero me dejó llevar por la euforia. Extrañaba estas partidas al alba en las que el el paisaje va descubriéndose poco a poco.

Galicia me recibe con su niebla característica y agradezco que el calor no nos asfixie. No me cuesta encontrar compañeros de viaje, y prácticamente todo el tiempo estoy con Michael, un alemán que dejó la psiquiatría para escribir libros de autoayuda y viajar. Nos contamos nuestra historia y a ambos se nos saltan las lágrimas.

Llego a Triacastela donde el albergue tiene un larga fila de mochilas esperando, la mayoría de un grupo de estudiantes muy numeroso, así que tengo que ir a un albergue privado. Empiezo a ser consciente de que el alojamiento no es tema de broma en estas etapas.


Me he sentido muy a gusto, el paisaje es uno de los más bonitos del Camino y tengo unas ganas increíbles de seguir la aventura. Todo es verde y abundan las su idas y bajadas, pero por suerte apenas aprieta el sol.









Camino de Santiago, a la tercera vez va la vencida


El Camino crea adicción

Los que en alguna ocasión hemos hecho el Camino de Santiago nos hemos encontrado con peregrinos veteranos: gente que, recurrentemente, ha vuelto a andar el Camino, entero o por tramos, optando por alguna de sus variantes, por ejemplo el del Norte o el Primitivo; a veces es inmediatamente, en ocasiones median muchos años entre cada una de las aventuras, pero a la larga muchos repiten. Se percibe que mucha gente se encuentra a gusto en las jornadas de caminante que expresan su deseo de regresar, aunque luego las circunstancias de su vida no siempre les brinda la oportunidad de hacerlo. 

Recorrer todos esos kilómetros con la mochila puede ser duro: el cansancio físico, el sol, el peso de la mochila, la falta de comodidad, pero algo tiene de adictivo. Al terminar esta fase, algunos sienten añoranza de caminar, una especie de síndrome post Camino, porque la conexión con uno mismo y el crecimiento personal que se produce son indescriptibles. En el Camino se requiere acción y superación, a la vez que la reflexión y la tranquilidad aparecen como arte de magia. Cada uno encuentra lo que busca, pero no de forma mística, sino porque todo está a tu alcance. Tu vida se reduce a lo esencial, y con las vidas tan complejas que llevamos, este es el mejor premio al que podemos optar. Incluso hay quien desarrolla apego a la mochila, la austeridad y la facilidad de establecer vínculos con otros se echan de menos después del Camino.

Algunos acuden por deporte, otros por espiritualidad, otros van sin saber muy bien cómo será. La mayoría se sorprende alcanzando logros que no se imaginaba, pues se tienen por personas poco constantes o nada deportistas. Al final, todo el mundo puede. Otros, en cambio, más arrogantes y seguros aprenden en el Camino que también tienen límites, pues en ocasiones los más fuertes son los que subestiman la dificultad. Es duro, pero te enfrentas a ti mismo, no a los demás, y cuando te examinas siempre tienes algo que aprender. Quien lo ha experimentado, sabe de lo que hablo.



Despójate de tus anteriores Caminos


Sin embargo, al Camino hay que ir con mente abierta, dejar atrás los prejuicios, incluso los buenos recuerdos de otros Caminos. Tengo amigos que, entusiasmados en su primera experiencia peregrinos, se han sentido decepcionados cuando se han calzado de nuevo las botas y se han puesto a caminar, pues su primer recorrido dejó unas expectativas que les han impedido gozar de lo nuevo. El Camino es como el río de Heráclito, nunca se recorre dos veces. Tú habrás cambiado, los acompañantes que se te cruzarán no serán iguales que antaño, ni siquiera el Camino es el mismo.

Temo que me ocurra lo mismo, especialmente ahora que me dispongo a recorrer la parte más turística del Camino. Hasta ahora siempre he pasado por zonas menos transitadas, aunque a medida que me acercaba a Santiago podía sentirse al afluencia de grupos grandes, estudiantes, poco a poco se va volviendo más menos íntimo. Esta vez empiezo en el punto más lejano que llegué, en O cebreiro, y planeo llegar hasta el Mar, donde termina Occidente.



El tramo final y los Turigrinos

Hay que recorrer al menos 100 km para obtener la Compostela, documento que certifica que el peregrino ha realizado las etapas correctamente. Por la ley del mínimo esfuerzo, un porcentaje altísimo de gente decide hacer únicamente ese último tramo con el objetivo de tener su papelito, razón por la que estas últimas etapas están masificadas, llenas de gente que acude al camino sin el mismo interés y la sencillez que en las demás etapas. De acuerdo que el Camino conlleva alegría y vínculos personales, aporta diversión social, pero también tranquilidad y recogimiento, es un ejercicio de respeto y buena convivencia. Cuando se juntan excursiones escolares ruidosas, grupos de gente convencida de por el alboroto del grupo más que de la sobriedad con más espíritu de romería y fiesta que deporte, se pierde parte del encanto.

Empieza a suceder una competición soterrada y maliciosa entre algunos peregrinos: gente a quien le llevan la mochila en coche y se la dejan en la puerta del albergue, temerarios que prácticamente caminan de noche para llegar antes que nadie al albergue, y todo tipo de picaresca que hace que el peregrino que lleva un ritmo normal lo tenga complicado para disfrutar de los albergues. Toca dormir en polígonos, pagar bastante más o unirse al estilo marrullero.


Mi Camino


Me preocupa el ambiente en esta última etapa, si lo recorro es porque quiero experimentar el Camino en su totalidad, pero lo que realmente me motiva es Finisterre. He desempolvado mi guía y mi carnet, veo que le quedan pocos huecos, seguramente tendré que hacerme con un carnet nuevo.

Sé que estas cosas no se pueden pedir, pero, irónicamente, de este Camino espero más que nunca tranquilidad, soledad y reflexión. No digo que no quiera conocer gente, pero voy más a encontrarme a mí misma que a otras personas. 


Estoy muy agradecida a todos los amigos que ya me habéis preguntado si seguiré escribiendo el blog. Claro que sí, esto nació justo para compartir mi recorrido con ese grupo reducido de personas que siempre está ahí.

Cinco palabras palabras cuyo uso real no coincide con el diccionario

Todos sabemos que algunas palabras no se emplean en la calle con el mismo significado que se le atribuye en el diccionario. Es un fenómeno normal y, frecuentemente, estos nuevos usos terminan consolidándose y conducen a una modificación del significado de una palabra. Como ya hemos dicho muchas veces, la lengua no es algo estático sino que está en continua evolución, y si no fuese así todavía hablaríamos latín, o indoeuropeo.

No se trata de poner etiquetas a nadie, si alguien aprende una palabra tal y como la oye, está siendo lingüísticamente competente en su entorno. Me limito a observar tendencias que he notado más allá del uso particular de determinados hablantes.

Estas son algunas de las palabras que oigo a menudo en los medios de comunicación y en muchos hablantes con un significado diferente (incluso opuesto) al normativo:


Deleznable

  • uso extendido: despreciable, moralmente.
  • significado real: inconsistente, que tiende a deshacerse o disgregarse fácilmente.

Se usa con mucha frecuencia, pero en su lugar deberían emplearse términos como "execrable", "repugnante" o "aborrecible".

Enervar

  • uso extendido: poner nervioso, sacar a alguien de sus casillas.
  • significado real: debilitar.

Por influjo del francés, lengua en la que "enervar" sí significa poner nervioso, en español se ha usado cada vez más frecuentemente con esta acepción. Ha ganado tanta fuerza entre los hablantes, que la RAE ya incluye ambas acepciones bajo el mismo lema, aunque sean antónimas entre sí.

Positivista

  • uso extendido: optimista, de actitud positiva.
  • significado real: Tendencia a valorar preferentemente los aspectos materiales de la realidad.

Creo que es un ejemplo de palabra hinchada. Quizá "positivo" u "optimista suena demasiado sencillo y "positivista es más rimbombante. No es que la palabra no exista, es que se usa mal. 

Cansino

  • uso extendido: persona pesada, insistente y aburrida.
  • significado real: persona cansada o cuyas capacidades están limitadas por el cansancio.

Confieso que nunca he oído esta palabra usada en su sentido etimológico, jamás. Según la RAE, en andalucía sí se usa como sinónimo de pesado, pero, según mi percepción, en ningún lugar se usa como sinónimo de agotado. Me gustaría saber qué opinan otras personas y si consideran que el diccinoario debería actualizar este término.

Expirar

  • uso extendido: expulsar el aire.
  • significado real: morir.

He oído tantas veces eso de "respirar, expirar" y todas ellas tengo que contenerme la risa. Ciertamente, son términos muy parecidos, pero una palabra es soltar aire y la otra irse al otro barrio. Nada que ver.


Mujeres atléticas antes que delgadas, un nuevo canon igualmente duro.

          Acabo de leer una noticia (si es que semejante asunto puede ser tratado como noticia, aunque este no es foro para criticar el periodismo actual) que dice que “Los hombres ya no prefieren mujeres delgadas”. Más adelante se especifica que, según datos de un portal de citas, cada vez más hombres se interesan por mujeres atléticas y menos por el prototipo de mujer esquelética. Imagino que muchos perciben esta nueva tendencia como algo positivo. ¿Cuántas veces se ha oído que “las mujeres de verdad tienen curvas”? ¿No se alaba constantemente el canon imperante hace años según el cual una mujer debía estar más bien entrada en carnes y se buscaba la voluptuosidad? El deporte está en auge y parece que está imponiéndose poco a poco un nuevo canon de belleza, el de los cuerpos torneados y musculados. Pues no me parece tan positivo, francamente, no en el contexto en que vivimos y del modo en que nuestra sociedad gestiona estos temas.

          Resulta que no todas las mujeres tienen curvas: las hay altas, bajas, delgadas (a algunas incluso les cuesta engordar), rellenitas, con cintura más o menos pronunciada, pechos de todos los tamaños; tampoco todo el mundo puede mantenerse delgado, ni tiene facilidad para el ejercicio. Todas las constituciones pueden resultar hermosas y cualquier persona tiene derecho a sentirse a gusto con lo que ha obtenido del sorteo genético. De acuerdo, quizá ahora estamos evolucionando hacia un canon físicamente más sano que de la extrema delgadez, pero psicológicamente puede ser igualmente destructivo, por no hablar de las locuras que pueden hacer algunos con tal de lograr un cuerpo sano a toda costa, incluso de su salud. Señores, no se trata de cambiar el modelo sino de mitigar la imposición que hacemos a las personas de verdad para seguirlo. Siempre que haya una idealización de la belleza, no importa cuál sea, este resultará dañino si detrás hay una sociedad obsesiva que nos convierte en meros objetos sexuales.  Lo realmente importante no cambiará, y igualmente habrá personas insatisfechas, gente mutilándose con operaciones, trastornos de la alimentación, sometimiento de emociones profundas a valores superficiales.

          Antiguamente, cuando la comida era un lujo, se preferían cuerpos rechonchos; luego se adoraban las curvas, Hace algunas décadas empezó a idolatrarse la delgadez extrema y se ha llevado hasta límites insanos. Ahora está de moda estar atlético, pero no todo el mundo tiene tiempo para hacer tanto deporte como para reflejarlo en su cuerpo, ni todo el mundo fibra con la misma facilidad. ¿Es que ahora habrá que pasar tres horas diarias en el gimnasio, cambiar la alimentación, tomar proteínas y batidos, castigarse para conseguir o mantener este cuerpo tan difícil de lograr? ¿No es igual torturarse con ejercicio y cambiar la nutrición, sustancias para muscular y otras drogas, operaciones que pasar hambre, usar laxantes y machacarse con ejercicios de cardio para adelgazar? Pensándolo, esta nueva tendencia me parece igual o más dura que la anterior. Si se hace como se ha hecho con la delgadez, cada vez se exigirá una apariencia atlética más extrema; la gente que no pueda cumplir con estos estándares seguirá acomplejada y los que lo consigan se pueden obsesionar por mantenerlo a toda costa.
 

El mismo perro con distinto collar, nada ha cambiado, y al final seguimos empujados a buscar un ideal, una abstracción que nos esclaviza y nos desconecta de nosotros mismos. Se trata de buscar la salud física y mental, no de llevar al extremo imposiciones absurdas. Lo peor de todo es que se logran de manera tan sutil que cuesta huir de ellas. No hay nada más poderoso que aquello que no se explicita y queda asumido como lo natural por la sociedad.





Escribir correctamente, ¿un valor anticuado?


​Textos poco cuidados

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No es inusual hallar faltas de ortografía en textos publicitarios, catálogos, cartas formales, textos corporativos de empresas o manuales. Al contrario, es triste admitir que cuando un texto es correcto y bien estructurado, llama la atención. En muchos otros casos no hay errores pero el estilo es torpe y las estructuras simples, las ideas mal conducidas, poca coherencia estructural y llenos de inconsistencias en la elección del tono, el registro, etc.; la gran mayoría de textos que leo en mi vida cotidiana está mal puntuada y con una estructura de mil demonios, qué decir de los emails (profesionales y personales), participaciones en blogs o comentarios en foros de internet, artículos y textos divulgativos en la red. Si hablamos de carteles públicos, tampoco encontramos mucho rigor, y si nos fijamos en mensajería instantánea estamos ante el apocalipsis lingüístico. Incluso en textos periodísticos (orales y escritos) encontramos meteduras de pata que ponen los pelos de punta.

Todos nos equivocamos, incluso los que ponemos más atención a la lengua tenemos lapsus o cometemos en errores, tampoco hablo de perseguir y apuntar con saña los fallos ajenos, ni flagelarse ante las propias incorrecciones. Tampoco busco una postura elitista ante la lengua, creedme que no, y perdonad si en algún momento lo parece. Lo que no deja de sorprenderme es el pasotismo general cuando se trata de escribir. Gente culta, mucha de ella con carreras universitarias ( ¡algunas no tan alejadas de las humanidades!), catedráticos de universidad, personas con cargos de responsabilidad en empresas, políticos y periodistas, gente de todo tipo Podría poner muchos ejemplos que he observado recientemente: un gabinete de psicólogos que repartía un cuestionario lleno de faltas de ortografía, apuntes de un catedrático de ciencias de una prestigiosa universidad que facilitaba a sus alumnos material académico que apenas se comprende por lo mal redactado que está, hay muchos escritos de empresas multinacionales prestigiosas plagados de incorrecciones e incongruencias, etc. Peor aún, he visto maestros de primaria escribiendo textos penosos sin poner el menor cuidado en en ellos y en el ejemplo que dan a los niños. Alguna gente así lleva años enseñando a las nuevas generaciones, ¿qué se puede esperar de un contexto como este?

Casi nadie se avergüenza de escribir con faltas de ortografía y muy pocos consultan los diccionarios o las gramáticas ante las dudas. Cuando, de Pascuas a Ramos, alguien me consulta un tema en calidad de filóloga, lloro de emoción. En la mayoría de casos, estas dudas no aparecen  porque, ¿para qué preocuparse por algo que no es importante? ¿Quién se hace guiones previos para sus escritos, se preocupa de que las ideas estén bien conectadas y la puntuación sea correcta? Muy pocos.

Como decía antes, lo que me tiene perpleja no es el hecho de que haya errores, sino que la mayoría de personas no considere importante esmerarse en la expresión. Todo se aprende y se mejora, escribir bien no es algo innato sino un trabajo (tampoco demasiado duro) que se realiza a diario.

Un puñado de frikis trasnochados 



Hoy en día, los que nos preocupamos por la corrección lingüística somos, no ya una minoría, sino unos raros, se nos ha colgado el cartel de frikis. Puntillosos y maniáticos que se preocupan por cosas que no son relevantes; de acuerdo, nadie nos dice a la cara que no son importantes pero con su comportamiento se ve que les importa un pimiento. Lo noto en su actitud, pero sobre todo lo noto en el simple hecho de que la calidad de los escritos es pésima. Sin duda, pretender escribir bien es una manía con la que muchos son condescendientes, otros sencillamente la ignoran, pero en cualquier caso resulta extravagante y anticuada, poco práctica.

Escribir bien, para la mayoría de hablantes, no solo no es importante, sino que además se percibe una pérdida de tiempo. Les diría que, si se acostumbraran a escribir con un poco más de mimo, se expresarían mejor sin tener que realizar un esfuerzo extraordinario. Si uno sale a correr todos los días una hora, no e ahoga cuando tiene que apurar para subirse al autobús. Si se mantiene una casa ordenada, no es necesario que pegarse una paliza el sábado para que esté decente cuando lleguen las visitas.

No a todo el mundo le interesa lo mismo ni tiene las mismas escalas de valores, y por supuesto no espero que el mundo entero se desviva por las cuestiones lingüísticas de la forma en que a mí me apasionan, como a mí no me interesan muchos otros temas; solo desearía que se cumplieran unos mínimos que faciliten la comunicación y una inclinación a cuidar más la comunicación. Al final se trata de eso, de ponérselo fácil al lector, de ser más eficientes en nuestro propósito comunicativo. No olvidemos que, al margen de lo que nos interese u ocupe, todo debe hacerse a mediante la lengua, herramienta que construye nuestra realidad y nos permite desarrollar cualquier otra faceta del conocimiento.


Aceptar que el mundo cambia


No estoy diciendo que la gente no se preocupe por sus discursos, solo señalo que la corrección normativa no está precisamente en auge. En cambio, sí procuran introducir tecnicismos y neologismos (startup, stalker, running, feedback, nerd, geeks) y palabras rimbombantes, o términos que se ponen de moda (selfie, resiliencia, ahora suenan mucho). Emplear estas palabras sí aporta prestigio, de la misma manera que resulta interesante estar familiarizados con nuevos conceptos en redes sociales y estar informados de las últimas expresiones o juegos de palabras que están de moda. Interesa mucho más saber pronunciar correctamente palabras inglesas o apellidos extranjeros que escribir nuestro propio idioma con precisión. Es una cuestión de prestigio social que se ha implantado de forma tácita, casi inconsciente, ya que nadie afirma abiertamente estas cuestiones.

Intento analizar la cuestión sin acritud, aceptar que mis valores no están en consonancia con los que imperan en estos tiempos y tratar de no juzgarlos. Me cuesta, se me retuercen las vísceras y me sangran los ojos cuando veo ciertas agramaticalidades; aunque suene exagerado, sufro en ante algunas muestras de el pasotismo, pero también lo comprendo. El cambio de actitud respecto al lenguaje no es un hecho aislado, en los últimos años se han producido una serie de cambios en diversos ámbitos que demuestran que estamos ante una auténtica revolución: la globalización que las nuevas tecnologías traen bajo el brazo, han transformado nuestra manera de hablar, de viajar, de relacionarnos y  de percibir la realidad. Algunos cambios se han producido tan rápido pero de forma tan profunda que han arraigado en nosotros sin que podamos asimilarlos y tomar conciencia de ellos. Realmente, no es necesario comprender, la realidad se impone y punto, el mundo evoluciona y adapta sus valores culturales, proceso del que la comunicación y la escritura no quedan exentos.

En este proceso de aceptación,  intento analizar por qué ocurre este fenómeno. En mi opinión, estos son los factores más determinantes:

Democratización de la escritura. En el primer mundo, todo ciudadano tiene acceso a la escolarización. Antiguamente, leer y escribir era un privilegio vedado a la mayoría, pero ahora la alfabetización ya no es distintivo de clase. Me ha dado la sensación de que en países donde todavía hay desigualdades más acusadas en este aspecto, la gente con dinero se esmera más en dejar patente su nivel cultural. Hoy en día, en cambio, lo que sí nos distingue es el acceso y el conocimiento de la tecnología, la información y una serie de vertientes cosmopolitas, y en eso sí hay orgullo a la hora de exhibir los recursos y el bagaje de cada uno.

Prima la inmediatez sobre la calidad. Vivimos en un mundo en el que la velocidad y la simultaneidad son clave, se impone lo breve e inmediato sobre las ideas desarrolladas y meditadas, ni siquiera el rigor es tan importante como el vértigo que causa la retransmisión en directo de cualquier cosa. No solo en los medios de comunicación, también en nuestra vida privada retransmitida de forma frenética en las redes sociales. Es un ritmo histérico en el que  las noticias son titulares, la vida se mueve en la redes sociales que están en continua ebullición, la gente cita frases en lugar de leer libros. Todo rápido, caduco, en permanente transformación, lo importante es seguir la vertiginosa dinámica de nuestra sociedad, no detenerse en encontrar calidad. Evidentemente, el discurso se ve degradado en pos de la velocidad, y vemos que el rigor y veracidad quedan relegados por el impacto y la supuesta espontaneidad, el resultado es un lenguaje escueto y poco riguroso, lleno de ambigüedades y en muchas ocasiones poco efectivo.

Los modelos lingüísticos. Se consume menos literatura y manuales especializados, pero se lee más que nunca gracias a todo lo que tenemos a nuestro alcance en internet. La gente obtiene información a través de redes sociales, blogs, foros, etc. Sus modelos textuales están empobrecidos y por ello su capacidad de escritura es mucho menos rica. Ganamos en otras cuestiones, no pretendo juzgarlo, pero en riqueza comunicativa salimos perdiendo.

Mal enfoque de la lengua en los planes de estudios. Sinceramente creo que el sistema de escolarización y algunos profesores (¡afortunadamente no todos!) contribuyen a que la lengua se perciba como algo tedioso, lleno de normas y sin un sentido práctico. No comparto los enfoques prescriptivos tanto en lingüística como en docencia, y estoy segura de que si se enseñara de forma más dinámica y ajustada a los intereses reales del alumnado se conseguiría educar a ciudadanos con una competencia lingüística mucho más rica.


Apología del texto cuidado


De acuerdo,  me resigno a que hoy en día la corrección lingüística no sea algo prestigioso en nuestra sociedad. Aun así,  quiero argumentar por qué considero que sí vale la pena esmerarse un poco:

Facilitar la comunicación. El motivo por el que la Academia de la lengua quiso unificar la ortografía y la puntuación era mejorar la comunicación entre los hablantes, simplificar una tarea intrínsecamente complicada, relegar al hablante de la responsabilidad de pensar y disipar dudas. Un texto bien escrito se comprende mejor, es más efectivo en su propósito y permite ahorrar tiempo. Esta es la verdadera razón por la que una norma lingüística tiene sentido.

Respeto por quien nos lee. Esto puede resultar polémico, pero lo sostengo.  Igual que existe una cortesía social que nos enseña que hay que saludar, pedir las cosas por favor, usar el tono de voz adecuado, ir aseados, mantener unos modales en la mesa, etc., también escribir bien es una muestra de consideración hacia quien nos lee. No se nos ocurre ir a una reunión social o al trabajo con una camiseta llena de lamparones, ¿verdad? Para mí una falta de ortografía es como una mancha en la camisa: si accidentalmente ocurre no pasa nada pero mientras esté en mi mano lo evitaré. Es una convención social con un alto grado de arbitrariedad, pero, ¿acaso no lo son casi todos los patrones culturales que seguimos? No son absolutos y podemos vivir sin ellos pero en cierta medida facilitan y regulan la convivencia.

Demostrar conocimiento y rigor. Ya que tenemos la suerte de acceder a una educación,
demostremos, al menos en situaciones formales y convencionales, que conocemos la norma. Igual que nos atenemos a los protocolos sociales, y que en contextos como trabajo o entornos sociales de poca confianza la mayoría de nosotros nos esforzamos por presentarnos como personas razonables, en quien se puede confiar, que conocemos mínimamente el funcionamiento del mundo y poseemos una cultura general, ¿por qué no demostrar también que sabemos escribir? ¿No le daría vergüenza a muchos equivocarse en una operación matemática básica como dos por ocho o errar diciendo cuál es la capital de Portugal?


Escribir bien, una actitud más que una meta



Insisto en no darle un rasgo elitista al hecho de escribir bien, porque la perfección no existe, solamente es un ideal al que aspiramos. Se trata más de la intención que del resultado, una predisposición de buenas intenciones que está al alcance de cualquiera. Comprendo también que las circunstancias actuales y los valores que imperan lleven a relegar la corrección lingüística a un segundo o tercer plano, pero no puedo evitar que me pese. Me confieso una anticuada, pero le tengo cariño a mi manía y por eso he escrito este artículo a modo de reflexión y terapia.