Diario de una salsera


“Bailar es soñar con los pies”, nos dice el gran Sabina. Con los pies y con todo nuestro ser, añadiría. Es convertir lo invisible de la música y el alma en algo tangible: nuestro cuerpo; es fundir el tiempo con el movimiento y crear instantes de eternidad, darnos la oportunidad de vibrar al unísono con el universo.



El baile no deja indiferente a nadie: a los que bailamos, aunque solo sea como afición, nos permite experimentar un abanico de sensaciones prácticamente imposible de definir, y nos ha cambiado la vida. Aquellos que lo hacen puntualmente también se impregnan de su magia lo mismo que los espectadores: en ocasiones, admirar un baile puede ser tan intenso como vivirlo en la propia piel.

Conexión con uno mismo y con los demás, crear comunidad, ritos mágicos, seducción, juego, aprendizaje, superación física, comunicación, para todo vale, incluso para provocar y escandalizar.


La fuerza de la danza es innegable y por eso, aunque con torpes palabras, hay mucho que decir sobre ella. Aquí están algunas de las cosas que me gustaría compartir sobre ella, como disfrutadora del baile que soy.


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