Qué corto se me han hecho estos días en Roma, pero no era difícil de predecir. Cuelgo estas fotos por no inundar Facebook con mis vacaciones, más por tener un recuerdo y poder compartirlas con amigos que por divulgar un material especial. Ni mis fotos son buenas ni Roma es un lugar recóndito, por lo que Google os mostrará mejor que yo los encantos de la ciudad. Pero son las mías, las que me unen a recuerdos insustituibles. Mis fotos malas, sin Photoshop, estas son las que yo quiero conservar junto con el recuerdo de la experiencia intranferible.
Roma, una asignatura pendiente
No puedo decir que conozca Roma, más bien ha sido una
presentación rápida, un contacto fugaz pero suficiente para haberme fascinado y
saber que quiero regresar para que nos conozcamos mejor. No haber visitado la capital de
Italia era un punto que quería quitar de mi lista negra, del mismo modo que
quiero tachar cuanto antes Praga o Lisboa de esta lista de
must visit.
Ha sido un vis-a-vis casi relámpago, un fin de semana que,
aunque productivo, totalmente insuficiente. Creo
que hasta ahora la ciudad que
me había parecido más bella era París. Lo siento, mi nuevo amor es Roma. Ambas
tienen en común la concentración de arte, belleza e historia en cada rincón,
pero Roma tiene además ese punto decadente, caótico, como si se tratara de una
ciudad mosaico hecha de pedacitos dispares pero que en su conjunto resulta
única, con muchísima personalidad, y absolutamente encantadora. París es bello pero simétrico y planeado, mientras que Roma es pura espontaneidad, como si el arte, la belleza y la vida cotidiana superponiéndose en un entramado único.
No podía faltar el contratiempo con el avión
Aterrizaba el viernes por la noche y salía el domingo
también por la noche, 48 horas para conocer una de las ciudades con más
historia de todo el mundo, ¡estaba muy emocionada! Además, iba a quedarme en
casa de un amigo al que no veo con demasiada frecuencia, así que el finde se presentaba
inmejorable.
Nada más subir al avión y a unos minutos de apagar el móvil,
sin embargo, recibo un email de Ryanair diciendo que mi vuelo de regreso.
Claro, hubo un incendio en la terminal del aeropuerto de Fiumicino dos días antes y los vuelos no estaban asegurados. Eso me impidió que me relajara completamente ya que hasta última hora no sabía c´mo iba a ir la cosa. Traté de encontrar una
solución económica, incluso me planteé pedirme el lunes de vacaciones si eso
abarataba el regreso, pero al final tuve que apoquinar. En conjunto, el finde
fue genial pese a esta parte agridulce del vuelo, y volví a casa enamorada de la ciudad,
con dolor de pies de tanto andar, doscientos euros menos por culpa del incidente del avión y
unas ganas terribles de regresar.
Dejándome perder por la ciudad de las maravillas: no he
abierto una sola guía
En pocas horas recorrimos prácticamente toda la zona turística, a buen ritmo y
bajo un sol de justicia, pero valió la pena. Empezando por Villa Borghese hasta
el centro, todas las callejuelas alrededor de la Via del Corso, Plaza de
España, Panteón, Fontana Di Trevi (¡qué horror, estaba vacía y en obras!) Plaza
Colona Plaza del Pueblo, Coliseo, varias Iglesias, el Trastevere, un preciosopaseo a lo largo del Tíber
con sus puentes, la Plaza de San Pedro (sin entrar a visitar el Vaticano) y
varias ruinas, entre ellas donde murió Julio César. Lo digo todo en desorden y sin demasiado rigor porque no he
abierto ni una sola guía, ni me he acercado a ningún centro de información
turística, ni siquiera he recurrido a San Google. Me he dejado llevar por mi
guía particular, que además me traducía todo. Caminamos mucho, muchísimo, sin prisa pero sin pausa, y yo me quedaba embobada con cada detalle, lamentando no poder detenerme más. Pero eso también era parte del encanto, dejar que calara en a través de todos los sentidos,improvisando y disfrutando de cada esquina. He revisado algunas webs y me sorprendo al comprovar que ciertamente lo vi casi todo, por encima pero sin dejarme apenas nada. Hasta la madre de mi amigo se quedó impresionada
de lo muchísimo que nos cundió y todos los lugares que nos dio tiempo a ver en
un solo día. La mañana del domingo la dedicamos a ver algunas cosillas del
centro que no habíamos podido ver y sobre todo a ir de compras. Por la tarde
visité una zona muy interesante residencial cerca de donde me hospedaba.
Consciente de que Roma no se conoce ni en dos ni en cuatro
días, he preferido empaparme sin más de lo que veía, renunciando a visitas en
profundidad ni a recabar datos. Ya volveré y haré el guiri como Dios manda,
pero esta vez solo quería empaparme del ambiente de las calles, en la medida de
lo posible dejarme sorprender por lo que desconocía. Claro, todos hemos visto
fotos del Coliseo o visto Vacaciones en Roma, pero muchos de los rincones de la
ciudad eran totalmente nuevos para mí.
Siempre cuesta transmitir las impresiones de un viaje, pero
Roma es una ciudad realmente intensa y hay que vivirla. Las callecitas, terrazas
decoradas con enredaderas y parras, la mezcla de lo nuevo con lo viejo, esos
edificios tan encantadoramente desgastados, las fuentecitas, la aglomeración de
siglos y milenios de historia en una sola esquina, no se pueden describir. El
carácter de nuestros primos hermanos los italianos entre hospitalario y cínico,
siempre divertidos hasta cuando se quejan, el bullicio del centro, entre lo
auténtico y el escaparate al turista, el arte en cada esquina. Qué decir de la
comida, pese a que apenas he tenido tiempo de degustarla: los increíbles
helados, la pasta deliciosa aunque lo que ellos llaman al dente es muy
dura para
el criterio de los españoles (aunque a mí ya me está bien), las pizzas nada
parecidas a como las tomamos en España sino con una masa finísima, pocos
ingredientes y no siempre con queso, con frecuencia le añaden patatas fritas
(sí, sí, sí, esto me dejó en shock).
Han sido unos días de mucho caminar, a todas partes a pie
excepto uno de los días en que volvimos en tranvía. Tienen tranvías modernos, pero muchos todavía son como los de antaño, y es un elemento más al túnel del tiempo que es Roma en el que todo puede confluir No habría tomado el metro,
ya que me habría perdido muchas cosas, pero tampoco hay muchas opciones ya que
solamente tienen dos líneas y llevan veinte años para construir una tercera. El
motivo de este retraso es que cada vez que se ponen a excavar dan con hallazgos
históricos. Tanto hablar del tráfico caótico y la conducción temeraria, no sé,
no me ha parecido para tanto. Quizá es porque yo llevo el caos dentro de mí y
allá me encontraba como en casa: lo bueno es que podías cruzar por cualquier
parte sin que te pitaran, total, todo el mundo hace lo que le da la gana.
Hacía bastante que no viajaba a un lugar tan turístico y me
ha hecho gracia ver que algunas cosas nunca cambian, y que no son distintas a
Barcelona: los precios abusivos para turistas, la venta de material de
mercadillo, intentar aprovecharse del visitante ingenuo, etc. Por otro lado, me
ha sorprendido ver hasta qué punto la tecnología se ha vuelto imprescindible
para viajar. Además de otras tonterías, el producto estrella de los vendedores
ambulantes eran los palos para selfies y las baterías externas para
smartphones. La venta de estos artículos era sin duda la más numerosa y
superaba en mucho a cualquier otro tipo de producto.
Gracias infinitas
Bruno, mil gracias por tu paciencia, no solo por hospedarme
sino especialmente por llevarme a todas partes y soportar el clima casi
veraniego, tener paciencia con mis fotos, levantarte temprano, entradas a
tiendas, y soportar mis caprichos durante 48h, responder a mi continua
avalancha de preguntas, pero además hacerlo sin quejarte (bueno, solo un poco
por el calor). ¡Eres un santo! Y toda tu familia también se portó muy bien
haciéndome sentir como en casa, muchas gracias a todos. Tener la oportunidad de
estar con gente de allá, con su familia, sus amigos, y sentirse bienvenida es
la mejor manera de conocer un lugar, así que gracias de nuevo a todos, por
hacer un poco menos guiri mi visita.
He tardado más de treinta años en descubrir esta ciudad tan
fabulosa pero seguro que no tardaré tanto en regresar, teniéndola tan cerca,
para verla con detenimiento, hacer las visitas de rigor y documentándome. Ya
pasada la primera impresión, merece un viaje (o varios) para conocernos mejor. Además, me quedé con las ganas de salir de fiesta y, cómo no, de bailar un poco. Sabiendo que probablemente no los usaría, conservé la esperanza de poder salsear y me llevé los zapatos de baile. Ya tendré ocasión, que parece que en Roma se baila muchísimo, y mi experiencia en congresos es que el nivel de los italianos en baile no está nada nada mal.
Os dejo algunas fotos más, para
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