Excusas, excusas, excusas...
Esta entrada llega tarde, muchos meses después de lo esperado. Cuando
terminé mi Camino de Santiago me quedaron varias cosas en mente que nunca
escribí, entre ellas una descripción de mis últimas etapas. Me decía que
necesitaban una entrada adecuada y que debía encontrar el momento para hacerlo
con calma, pero, ¿a quién quiero engañar? Si algo he tenido en estos meses ha
sido tiempo, y si durante mis días de caminante arañaba los momentos y reunía
la energía para escribir y editar después de horas de recorrido, extenuación
física, teniendo opción de estar con gente interesante, visitando pueblitos o
sencillamente descansando, quedándome hasta las tantas para seleccionar fotos y
escribir las vivencias, disponiendo solo de un smartphone para manejar todo el
blog y robando señales wifi en cuanto podía... De sobra sabemos que podría
haber hecho dos o tres entradas más sobre los últimos días y algunos aspectos
generales que quería comentar. La experiencia de Tosantos, reflexiones
generales del Camino, algunos aspectos prácticos que aprendí… Ahí están en mi
tintero, todavía pendientes de escribirse.
Ahora comprendo que una parte de mí estaba rebotada por haber abandonado el
Camino, que habría querido seguir, y en parte por eso no me apetecía ponerme a
escribir sobre ello. Habría preferido seguir viviendo la experiencia y, ya que
no podía, mejor pensar en otras cosas. Me hizo sentir muy bien y muy conectada
con la gente cuando me demostraban que no solo me habían seguido y disfrutado
con el blog, sino que esperaban que continuase. Escribir y compartir ha sido
una de las experiencias más gratificantes que he tenido últimamente y en parte
lo extraño, así que he decidido retomar este blog, pero no cerrarlo únicamente
al Camino de Santiago, sino también a otros viajes, pero también a reflexiones
sobre el mundo del baile y pensamientos en general. Ya veremos a qué me lleva.
Último capítulo de ese viaje
Los últimos días fueron extraños, por varias razones: ya no estaba con la
gente con la que había iniciado el viaje pero seguía conociendo nuevos
peregrinos, reencontrando a gente que no veía desde hacía muchas etapas.
Además, durante muchos km las etapas se volvieron muy feas, ya no solamente
áridas (sabéis que eso no es un problema) sino realmente FEAS: zonas
industriales, solo carretera, pocas opciones de hacer paradas placenteras, un
sol castigador donde los haya. No obstante tuve momentos como estos:
Conocía un grupito muy majo con los que volví a reírme, sentir esa
complicidad mágica, vivencias intensas. Momentos de hastío, cansancio, bromas,
paisajes, conocimiento, introspección, conversaciones surrealistas, anécdotas;
en fin, todo aquello que el Camino puede proporcionarnos. Pero mi estado de
ánimo ya no era el mismo. Quería seguir, y se regresaba era por otro viaje que
no me quería perder, pero que estuve tentada de cancelar.
Recuerdo la llegada a León, fue un oasis dentro de un desierto. Tampoco
faltó el rato de estrés ya conocido de cuando hay que buscar albergue peregrino
en una ciudad principal, el mal trago con la gente del hostal, cambios de
última hora, situación surrealista con una monja de mente abierta, reencuentros…
Lo normal en un día de peregrinaje, vaya.
Pero volvamos al lugar del cual soy tocaya. Es una ciudad mediana tirando a
pequeña, bella, muy coqueta y restaurada. Hay muchos rincones, monumentos y
ecos del pasado, se siente la historia a cada esquina. La catedral es impresionante,
quizá menos pomposa que la de Burgos pero su sobriedad y elegancia, la belleza de
cada detalle la hacen incomparable. Las plazas, callejuelas, monumentos, toso
es tan hermoso que incluso después de haber caminado todo el día te apetece
seguir paseando, sumergirte en este conglomerado de pasado y presente, cultura,
belleza y ocio. Pero eso no es todo, lo mejor es que se trata de una ciudad
viva, más bien relajada si la comparas con lo que estoy acostumbrada, pero
llena de movimiento, con muchas cosas que hacer. Se percibe que los leoneses
están muy orgullosos de ciudad, o al menos eso me pareció, siempre con la
amabilidad castellana de la que disfruté durante todo el viaje. Además, debo
decir que es uno de los lugares donde mejor he tapeado: la comida es deliciosa
y a buen precio, y por 80 escasos céntimos te ponen una caña o vasito de vino
con una tapa generosa que en muchos casos hasta puedes elegir. Para un barcelonés
esto es una locura. La primera vez que visité la capital leonesa tuve la misma
sensación, que podría vivir en esa linda ciudad una temporada. Probablemente en
invierno el frío invernal me quitaría esa idead e la cabeza, pero en
verano, con todo el mundo en la calle, rebosando movimiento, volcada en el
Camino de Santiago, en su propia historia, León se convierte en un lugar
encantador.
Me detuve ahí día y medio, ya que mi autobús a Barcelona no salía hasta el
día siguiente a medianoche: mis últimas etapas las había recorrido a muy buen
ritmo y me sobró tiempo para reposar. Evidentemente no descansé, sino que
estuve recorriendo la ciudad y los alrededores. Tuve la gran suerte de conocer
a gente de León y trataron como a una invitada a la que hay que agasajar y dar
lo mejor de su tierra: me mostraron los lugares donde comían, por donde
paseaban, y por la tarde incluso fuimos en coche y me llevaron a conocer los
pueblos del norte de la provincia. Vi paisajes muy distintos a los que conocen
los peregrinos: montañas altas y escarpadas, con valles, ríos y pueblecitos que
te trasladan varios siglos atrás en el tiempo, la zona de le verdadera cecina,
de las casas de piedra y las vacas sueltas. Esta zona, pegada a Galicia, es una
maravilla, y anuncia ya las tierras del norte que tan distintas son de la llana
Castilla.
Me quedan muchas cosas por contar, algunas porque ha pasado el tiempo y ya
no las siento igual, pero algunas sencillamente prefiero guardármelas para mí. Pero me quedo mejor escribiendo esta última entrada. Me lo debía a mí
misma y ahora puedo empezar a darle ese otro.
Las huellas no son solo en el Camino pisado, sino en el corazón del peregrino
El Camino ha hecho mella en mí, y me llevo mucho más que
recuerdos, bellas fotos y el reto deportivo. Para empezar, tengo un nuevo
tesoro: un puñado de amigos que se han vuelto muy especiales, espero que sigan
ahí muchos años, ojalá siempre, y que recorramos muchas otras aventuras juntos.
Pero me quedan muchas otras cosas, cambios que he sentido en mí: he aprendido a
mirar de otra manera, a pasear de otro modo mientras observo a mi alrededor.
Como si el peregrinaje hubiera despertado otro tipo de sensibilidad al entorno,
tanto de los paisajes como de las personas. También la percepción del tiempo
del presente, de llevar mi mente al momento vivido. Me he vuelto más observadora
y capto más a mi alrededor, y sin duda de un modo distinto, las siento más como
si hubiera callado parte de mi atareada mente y ahora pudiera escuchar y ver
mejor. También me queda el espíritu de superación, y siempre, la oportunidad de
conocer y convivir con gente distinta, la austeridad, la sencillez, la apreciación
de los lujos cotidianos.
Me quedo con ganas de repetir, pero esta vez llegar a
Finisterre. Además, también me ronda por la cabeza trabajar alguna vez de
hospitalera y tener la opción de vivir el Camino desde el otro lado, al
servicio del Peregrino. Pero eso será otro año, el mundo es muy grande y la
vida breve, pero estoy segura de que volveré a Caminar en busca de flechas
amarillas, aunque como el río de Heráclito, ni el Camino ni yo seremos ya los
mismos.
Como dijo Matteo, no siempre se puede estar en el Camino,
pero lo aprendido y sentido en el Camino sí puede estar siempre con nosotros.
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