Annecy, la Venecia alpina










Pude pasar muy poquitas horas en Annecy pero suficientes para enamorarme del lugar. Se pronuncia /ansí/, no /anesí/ como yo pensaba. Es otro pueblecito a una hora en coche de Chamonix pegado a un lago impresionante. Como mi Blablacar a Barcelona me recogía ahí a las once de la mañana, me llené de coraje y me pegué un madrugón de campeonato para estar ahí  a las ocho de la mañana y ver al menos lo principal.

Por suerte el lugar lo merecía, porque cuando caminaba por la carretera de Chamonix todavía de noche a las siete de la mañana, con un frío glaciar y habiendo perdido mis guantes, arrastrando mi equipaje por una cuesta llena de barro, sin haber desayunado... En esos momentos empecé a sentirme un poco imbécil.

Me dejaron al lado del lago y ese momento fue increíble, me quedé hipnotizada viendo el agua, y pese al frío estuve ahí casi tres cuartos de hora. Viendo cada detalle, cómo iba cambiando el reflejo y la vista de las montañas del fondo a medida que el sol estaba más alto, habría fotografiado cada instante.

Después paseé por el centro, viendo los canales, la famosa casa en forma de barco,las calles de piedra. Es una ciudad del s. XII contruida inicialmente sobre una isla y pegada a un lago, llena de zonas verdes, puentes y canales; son característicos los edificios con soportales y pintados de colores. Como pega, diría que quizá tiene un punto artificial de escaparate turístico demasiado acentuado, con excesivo número de tiendas de souvenirs o comida típica, pero la verdad es que todo es precioso.










 Para mí ha resultado un lugar mágico, de esos lugares que cautivan e hipnotizan.







  








La concentración de pastelerías de delicatessen también llamaba la atención, pero en ellas, en cambio, sí veía a gente local comprando. En un par de ellas había cola desde las nueve de la mañana, por no hablar de las boulangeries y muchas otras tiendas de comida para llevar elaboradísima, digna de una recepción de embajadores. Me comí el mejor brioche que he probado en mi vida, creo que estaba hecho con azúcar glass, despilfarre de mantequilla y yemas extra, porque la textura, sabor y color eran de otro mundo. Para compensarlo, sus habitantes son especialmente deportistas: a primera hora de la mañana, el lago estaba rebosante de gente corriendo pese al frío y la llovizna, y dicen varias reseñas que es un lugar especialmente volcado al deporte. Muy bien.

Me queda visitar el Castillo, la antigua prisión y pasar más tiempo en sus calles, deseablemente bajo mejor clima. Ha sido el broche de oro a un viaje genial, y no descarto regresar.


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