La falsa ilusión de controlar nuestras vidas

La casualidad se percibe como un parásito que tratamos de eliminar, no hay espacio para ella en nuestras vidas. Incluso los contextos en que supuestamente nos dejamos llevar, lo hacemos con unas variables muy cerradas para la improvisación. Confesémoslo, la incertidumbre nos mata, está en nuestra naturaleza: la religión, el destino, la ciencia, lo esotérico, y otros afanes por explicar y predecir demuestran nuestra incapacidad de gestionar lo que probablemente es puro azar y tratamos de darle un sentido a todo y dominarlo, sea o no de un modo racional.

Tenemos un plan, siempre es necesario tenerlo, y si no se pueden controlar todos los detalles, entonces recurrimos a un desplegable de planes b, c, y tantas letras del abecedario como sean necesarias para reducir al máximo el imprevisto. Trazamos una estrategia laboral a corto, medio y largo plazo, calculamos cuándo toca hacer locuras (siempre con mesura, sobra decirlo), cuándo asentar la cabeza, cuándo nos conviene enamorarnos, en qué momento es posible tener hijos, cómo debemos sentirnos a cada instante y qué papel se asigna a cada uno, en qué se convertirán nuestros hijos y cómo será su infancia, además de un larguísimo etcétera. Nuestros días están estructurados con una rutina, una agenda, apoyadas por herramientas tecnológicas y mil aplicaciones, consultamos incluso el tiempo que hará con la predicción meteorológica por horas, contar cada caloría y los ingredientes de lo que ingerimos, la limpieza y desinfección de todo como si fuera posible vivir en un entorno aséptico, nos hacemos todo tipo de controles médicos, test de orientación laboral y de estudios. Todo orientado a eliminar los riesgos, la incertidumbre y ser amos y señores de nuestras vidas.

No puedo evitar preguntarme de dónde nos viene esta tendencia. La gente que presume de ser organizada también suele hacerlo de desempeñar mejor cualquier cosa, de tener una seguridad. creemos que quienes se mantienen al margen de tal programación no llegarán nunca a nada. Puede que logren otras cosas, o puede que nos aterre admitir que tanto esfuerzo puede ser en gran medida en balde. Nos obsesiona que el azar arruine nuestras previsiones y perder el tiempo, sentirnos perdidos o no sacar el máximo de cada oportunidad. Pero me pregunto: ¿qué es el máximo. ¿Acaso esa tensión, que supuestamente nos aporta en unos terrenos, no nos hace perder en otros? Intuyo que toda esa falsa seguridad destruye opciones que tal vez serían maravillosas, nos enseñarían y nos harían más fuertes en caso de no ir sobre ruedas y nos liberarían de muchos quebraderos de cabeza. Lo paradójico es que aspiramos a tener control sobre las cosas para estar tranquilos, para disfrutar de garantías, pero es justo lo contrario: esa búsqueda de lo perfecto nos genera ansiedad en sí misma, nos vuelve inseguros y débiles, ya que cuando no lo logramos a veces nos derrumbamos, y nos impide aceptar que el universo es caos.

No está mal diseñar estrategias, prever, minimizar riesgos y prejuicios, pero no podemos hundirnos ante los imprevistos o la falta de control, incluso deberíamos aprender a disfrutar de la libertad que nos aporta poder improvisar. Hemos entendido mal la ecuación: que en ocasiones el azar conlleve riesgos y peligro no convierte la casualidad en algo peligroso, a veces lo mejor ocurre porque sí. Bienvenidas las sorpresas, el azar, hay que estar preparados para que las cosas no dependan de nosotros. Y no me refiero a aceptar que hay una explicación a la cual no llegamos, tomar la fe por presupuesto, sino darnos cuenta de que hay cosas externas que ocurrirán sin más. ¡Renunciemos a esa ilusión! Nosotros somos solamente un elemento más de una ecuación enorme llena de factores desconocidos e incontrolables. Aunque nos resulte inconcebible, es posible construir la vida alrededor de la coincidencia y aceptarla como tal. Tengamos un plan, pero que no nos ciegue: que sea este un esbozo en continuo enriquecimiento y olvidemos la inflexibilidad que tanto daño puede hacernos y tanto nos limita.

Abracemos la libertad, estemos receptivos, relajémonos, en definitiva; liberémonos de la pesada carga de ser los falsos dueños de todo lo que ocurre. Replanteémonos también si aquello que que aceptamos dominar lo hemos elegido nosotros o si ha sido impuesto y en realidad nosotros solo somos meros ejecutores; plantémonos por qué no lo hemos cuestionado antes y, sobre todo, quién gana con ello. 




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