Bailar, placer inefable al alcance de todos
Cualquier intento de explicar lo que siento con el baile
está condenado a fracasar, pues siempre sonará demasiado entusiasta, cursi,
exagerado, y me parecerá alejado de la realidad. Algunas cosas solo pueden
experimentarse, con suerte compartirse, pero no ser dichas. Esta condición
inefable también lo hace muy particular.
No hace falta haber asistido a clases o conocer unos pasos
concretos para poder disfrutar del baile, es algo casi instintivo y al alcance
de cualquiera. Ciertas personas tienen especial facilidad, otras sienten más o menos
vergüenza, mientras que algunas se muestran más reacias a soltarse o necesitan
circunstancias especiales: estado de euforia, alcohol, absoluta intimidad en el
espejo de casa… Pero todo el mundo, en algún momento, ha experimentado el
placer de liberar el cuerpo y la mente al
ritmo de la música. No estoy hablando de bailar bien o mal sino del goce
que puede proporcionar ese momento de libertad. Pocas cosas aportan tanta
plenitud, nos hacen sentir tan completos y tan centrados en el presente como esos
instantes en que la música, nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones
se funden en el baile.
La rutina y lo excitante
Nuestra sociedad tiene una relación de amor y odio con la
rutina. Por un lado, nos esforzamos por
construirla y cultivarla, se nos dice que aspiremos a la estabilidad y nos
conducen a una estandarización del individuo: desde que nacemos hay un plan
trazado para nuestra vida, aunque no todo sea explícito, te dicen qué es normal
y qué no lo es, a qué debes aspirar y cómo debes sentirte. Sin embargo, al
mismo tiempo, nos dan otros mensajes también con mucha insistencia que se
contradicen con esta premisa: sé único, construye tu identidad con principios
narcisistas, procura ser diferente y especial, rompe con las reglas, vive en la
euforia, que todo te aporte emoción y te dé un subidón, aburrirse o aburrir es
un pecado mortal, aprovecha el tiempo de forma casi frenética, etc. Estamos
abocados a ansiar cosas contradictorias, como
si dos cuerdas invisibles atadas a nuestras extremidades tiraran en
direcciones opuestas: intensidad y estabilidad, seguir el camino trazado bajo
la aprobación ajena pero anhelando sentirnos únicos y especiales. Esto nos
genera una gran presión e incluso conflicto, y de hecho hay muchísima gente que
sufre de depresión o ansiedad; en mi humilde opinión, estas tensiones tienen
mucho que ver en ello.
Tampoco creo que una vida sin exigencias y exclusivamente
enfocada al ocio pueda proporcionar la felicidad. ¿Cómo apreciaríamos el día si
no existiera la noche? Necesitamos ambas cosas, quizá muchos se equivoquen a la
hora de encontrar la proporción adecuada, incluso a integrarlos mejor, y es
probable que debamos esforzarnos continuamente en hallar ese equilibrio. Nadie
ha dicho que esta conciliación sea sencilla, y a veces vivimos una especie de
esquizofrenia o doble vida: trabajamos mucho y a veces cumpliemos con nuestros
roles sociales o familiares llevando una máscara, haciendo lo que se espera de
nosotros pero, por suerte, encontramos una rendija por la que dar vía suelta a
nuestras pasiones. Algunos buscan esta intensidad de emociones en la fiesta, otros las relaciones sociales o el ligoteo, otros
se centran en su vida profesional, incluso quien lo sustituye con sustancias como
el alcohol u otras drogas; pero también existe la posibilidad, además, de
encauzarlo a través del deporte, el
baile u otra afición artística, interés por cualquier tema.
Cada loco con su droga
Mi hermana se siente afortunada por haber encontrado en la
escalada todas aquellas emociones positivas que antes buscó en otras cosas: el
subidón y la euforia, la energía, los retos, el contacto con la naturaleza,
etc. Tengo amigos que no imaginan sus vidas sin su afición favorita, ya sea el
surf, el montañismo, el buceo o cualquier otro deporte, y construyen gran parte
de su vida y su identidad alrededor de ella. Con el baile me sucede lo mismo: es
divertido, tiene un componente social, de reto físico, llena muchos huecos,
pero no es un simple sustituto de nada, es en sí mismo una fuente inagotable de
satisfacciones. Como dice mi hermana, es una droga natural. Sí, sí, he dicho droga,
porque tiene algo adictivo. Si estás enganchado, necesitas tu dosis periódica,
y cuando te falta te sientes decaído, ansioso o malhumorado.
Ahora está de moda hablar de hormonas, y la adrenalina,
endorfina, serotonina, y demás “inas” aparecen en toda conversación de café, y
parece que cuando nos drogamos lo que hacemos es buscar de forma artificial y
con mayor intensidad aquello que nuestro cuerpo es capaz de proporcionarnos. No
sé si es adicción, pero bailando me siento feliz, una intensidad que nada más
me proporciona. Me he visto a mí misma agotada, yendo a trabajar con los pies
doloridos y los ojos cerrándoseme de sueño por haber salido entre semana, pero
con una sonrisa de oreja a oreja. Prefiero estar cansada y feliz que relajada
en una vida gris. Lo más curioso es que luego no me cuesta sacar las fuerzas,
un par de tés pa’alnte, y todo se vuelve de otro color.
Este es el momento de las confesiones. Admito que cuando he
estado tiempo sin bailar he experimentado bajones y cambios de humor. Cuando una
noche de baile prometía ser estupenda y al final se ha torcido mi reacción no
siempre ha sido la de una persona madura sino que he dado una dimensión
desproporcionada a lo que debería ser un simple chasco. Cuando me he sentido
angustiada, lo primero que ha venido a mi mente ha sido salir a bailar, y lo
más gracioso es que, hasta ahora, sí ha sido un alivio contra casi cualquier
pena. Sin darme cuenta, priorizo los planes de baile y construyo mis viajes y
vacaciones en gran medida en función de la salsa. Y para qué negarlo, raramente
tengo suficiente sino que va in crescendo y sin vistas de parar. De acuerdo, soy
adicta al baile, ¿y qué?
¿Vosotros también sois yonkis de la danza u a otra cosa?
¿Tenéis algo que confesar?
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¡Muy de acuerdo y de aloco con todo! ¡Yonki del baile y del deporte! \o/
ReplyDeleteSi cambias salsa por lindy... (swing) me pasa exactamente lo mismo, letra por letra!! Es una droga "sana", aunque no se hasta qué punto ya que ahora organizo mis vacaciones y fines de semana en función de los workshop :D
ReplyDeleteSi llevo más de 4 días sin bailar lo noto y el cuerpo pide su dosis!!!
PD: también salseo un poquito eh? eso sí, te animo a probar el swing.
Me ha gustado mucho descubir tu blog, saludos desde Pamplona!
Al final el baile es energía, expresión, emoción, comunicación, ponle el nombre que quieras: swing, tango, bachata, logran lo mismo. Y sí, a mí también me ha cambiado la agenda, el calendario, los amigos, y casi todos mis hábitos, pero para mejor.
DeleteMuchas gracias por tu comentario, me alegro de compartir esto con otros amantes del baile. El swing está en mi lista, junto con otras quinientas cosas que seguro que me apasionarán. Si el día tuviera 40 horas...